lunes, 25 de agosto de 2008

"Hacer documentales es una excusa"

Invitado por la organización de la 6ª Muestra Bafici en Rosario, Di Tella presentó su película El país del diablo, film dedicado a rastrear las huellas de la denominada Conquista del Desierto. "La identidad impuesta, la identidad que uno busca", señala respecto de este film.

Por Leandro Arteaga

Además de haber sido director del Bafici durante sus primeras dos ediciones, Andrés Di Tella actualmente dirige el Princeton Documentary Festival, en la Universidad de Princeton. El realizador ha hecho del documental una elección fílmica personal, que lo ha llevado a dibujar un fresco de múltiples facetas. Los títulos de sus trabajos lo corroboran: Montoneros, una historia (1995), Prohibido (1997) -sobre la relación entre cultura y dictadura militar-, La televisión y yo (2003) y Fotografías (2007) -a partir de interrogantes e imágenes sobre la figura de su propia madre-. Como si fuesen pequeñas piezas desde las cuales armar una vida personal y de país. Contradictoria y compleja. El país del diablo continúa este periplo indagatorio, curioso. Culpable por encontrar resquicios que permiten dar cuenta de otras maneras de mirar y de entender nuestra historia.

-¿Cómo acercarse, narrativamente, a la Conquista del Desierto?

-El título "El país del diablo" viene de un mapa que hizo Estanislao Zeballos, un prócer rosarino, joven periodista y amigo del General Roca. También uno de los ideólogos de la Campaña del Desierto, de la guerra contra el indio, a fines del s. XIX. Después de concluida la guerra, que duró unos seis o siete meses, y de haber liquidado a los indios, Zeballos fue a recorrer la Pampa y el norte de la Patagonia para hacer un mapa. En ese mapa -que fue uno de los primeros mapas científicos sobre la región- hay una gran zona que dice "antiguo país del diablo", en referencia al territorio de los indios. Yo tomé ese título. Puede significar tanto una descripción objetiva como también implicar un montón de otras cosas: ¿quién es el diablo?, ¿cuál es el país?, ¿qué pasó en esa historia? Aparentemente, Argentina es un país sin indios, un país con una identidad blanca, algo que se construyó mediante la eliminación física de los indígenas, y desde algo que vino después y que fue casi peor: el etnocidio, es decir, la destrucción de una cultura, la inoculación de un veneno que ha hecho que los descendientes de esos indios tengan vergüenza de serlo.

-¿Cómo fue tu experiencia de viaje? ¿Con qué te encontraste?

-La película está planteada como el viaje que hizo Zeballos, y que luego plasmó en su libro Viaje al País de los Araucanos. Un libro muy interesante. Yo salí a registrar territorios que habían quedado vacíos. En Salinas Grandes, que era el centro, la capital del cacique Calfucurá, quien asoló la Argentina durante el s. XIX con su hijo Namuncurá, no hay nada. Es el desierto. No se hizo ninguna población. Es algo que me llamó mucho la atención. Lo mismo pasa en Leubucó, que era el centro de los indios ranqueles. Pero en los últimos años ha habido algunos descendientes de indios que se han reivindicado como tales, incluso algunos que son mixtos, mezcla de italiano e indio, como el cacique que aparece en la película -Nazareno Serraino-, un neo-indio diría. En ese sentido, yo también me identifico con la creación de una identidad propia, agarrando los elementos que más te interesan de tu historia. Pero primero tenés que conocerlos. Es lo que me ocurrió también con mi película anterior, Fotografías, donde cuento la historia de mi madre, que era india (de la India). En el fondo, es ése el tema de la película: la identidad impuesta y la identidad que uno busca como propia. Es decir, hay una identidad recobrada, a través de gente que está rescatando, por ejemplo, la lengua ranquel, algo desaparecido. Son muy pocos, cuatro o cinco, los hablantes nativos del ranquel. Este cacique, Nazareno, es maestro de una escuela y rescató a uno de ellos, que les enseña a los chicos el idioma y algo de su cultura. Es algo muy emocionante. El mismo hablante, Daniel Cabral, recuerda que cuando tenía once o doce años, lo llevaron a una escuela interna. En ese momento hablaba sólo la lengua ranquel, y en la escuela prácticamente lo torturaron para que dejara de hacerlo. Pegarle con la regla, arrodillarlo sobre piedras hasta sangrar... Ahora es él quien enseña ranquel a los chicos.

-¿Cómo salís vos, personalmente, luego de un proyecto semejante?

-Cada vez más busco hacer películas que me transformen. El escritor Witold Gombrovicz decía "no hay que ser demasiado uno mismo". Hacer documentales es una excusa fantástica para recorrer lugares. Yo nunca había estado en la provincia de la Pampa, y lo que uno encuentra no es la imagen que se tiene de la Pampa húmeda, sino otra cosa. Haber llegado, que nos dejaran participar del año nuevo ranquel -el guillatún- que se hace en Leubucó, en el medio del campo, en junio, fue una vivencia emocionante. Esa misma transformación creo que fue la que sufrió el mismo Zeballos, que salió de Buenos Aires muy convencido de que el indio era el diablo, de que había que exterminarlo, pero cuando conoció los primeros indios que habían sobrevivido al exterminio empezó a darse cuenta de que eran personas que tenían una cultura, comenzó a aprender el idioma, y finalmente a adquirir un grado de arrepentimiento ante lo que había sido cómplice.
Página 12/Rosario

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/12-14703-2008-08-10.html

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