lunes, 3 de noviembre de 2008

Pequeño árbol al final del otoño

Como si las actividades del miércoles en Madrid no hubieran sido bastantes, me hice tiempo para pasar por el Museo Thyssen y pispear la exposición ¡1914! La vanguardia y la gran guerra. Al entrar a la muestra se lee un extracto del manifiesto fundacional del Futurismo, firmado por Marinetti: "Queremos glorificar la guerra -la única higiene del mundo- el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere". Lo increíble es que el manifiesto fue lanzado en 1919, es decir, no se trata de un entusiasmo inocente, antes de que se conociera la realidad de la guerra, sino después, cuando esos horrores eran un dato de la realidad imposible de ignorar. Nadie hoy diría las cosas de ese modo tan brutal. Pero hay algo de ese mismo espíritu obsceno que todavía se reivindica cuando se habla de la épica de nuestros propios años 70, como si nada hubiera sucedido.

El cuadro que más honda impresión me dejó, sin embargo, no fue ninguno de los (extraordinarios) cuadros futuristas o expresionistas que intentan expresar la violencia de la guerra. Hay un pequeño óleo sobre tabla de Egon Schiele, Pequeño árbol al final del otoño, de 1911, que la exposición presenta como parte del clima de preguerra, obras que encarnan "la penuria de la experiencia y la desvitalización de los ideales". Hay algo conmovedor en ese árbol desnudo, con un fondo grisáceo, pintado sobre una superficie áspera que parece hacer temblar las hojas que ya no están. Me impactó el cuadro porque de Schiele yo conocía los cuadros más famosos, del Schiele sensualista, lleno de colores, del que éste vendría a ser una especie de negativo fotográfico. Seguramente habrá alguna circunstancia autobiográfica que tenga que ver con el contraste, y seguramente habrá razones estrictamente estéticas propias de la búsqueda de cualquier artista. Pero el hecho de que el Pequeño árbol... de Schiele haya sido colocado como expresión de ese clima de preguerra le otorga como un sentido profético, profundamente siniestro, inevitable, que no podemos dejar de leer. Sería interesante, tal vez, hacer el ejercicio de tratar de detectar donde se profetizaba entre nosotros lo que sucedió en los 70.


















1 comentario:

Anónimo dijo...

José Rivarola escribió:

Hola Andrés

Copié en el Pdriver tu experiencia en el museo de reina Sofía, y quedé igualmente impresionando al ver la foto del cuadro de Egon Schiele. Ya ves cuando vaya a Madrid tendré que volver a ese museo, del que tengo dos buenos recuerdos; las pinturas de Juan Gris, y el baño de mujeres donde en mis años locos (...CENSURADO...) en uno de los waters.
Me costó dormir pensando en ese pequeño árbol de fin de otoño. Está muerto y aúlla. Es el aullido de un muerto. Y todo en derredor se estremece con ese grito. Y una cosa que me impresiona de las pinturas es cuando el artista deja como una vibración en la tela. Por ejemplo, durante un tiempo, y como todo el mundo, he visto litografías y fotos del Guernica de Picasso, sin que me quite el sueño. Pero cuando tuve la oportunidad de verlo en el museo de New York, sentí los gritos y los bombardeos. Imagínate, lo que ocurrirá cuando este frente al cuadro de Schiele cuya sola foto me dejó pasmado...