martes, 17 de marzo de 2009

Imperios argentinos


por Horacio Bernades

Después de explorar los años ‘70 (Montoneros, una historia) y la represión cultural bajo la última dictadura militar (Prohibido), Andrés Di Tella se mete con la historia de la televisión argentina. Filmada en primera persona, La televisión y yo es una película-ensayo audaz, extraordinariamente aventurera, que entrelaza la génesis de la TV con tres tramas paralelas: el imperio catódico del pionero Jaime Yankelevich, el imperio industrial de la familia Di Tella, el imperio lábil, permeable y amenazado de la memoria argentina.

¿Es posible calificar como “lograda” una película que, a lo largo de todo su metraje, reiterada y convincentemente, no hace sino confesar su propio fracaso? La respuesta hay que buscarla en la última realización de Andrés Di Tella, La televisión y yo. “Yo quería filmar una película sobre la televisión, sobre el modo en que la televisión afecta la vida de la gente, pero me salió otra cosa”, advierte Di Tella de entrada, desde el off de La televisión y yo. A partir de la constatación de ese accidente, el realizador de Montoneros, una historia (1995) y Prohibido (1997) se dedicará a “fracasar” con una eficacia inusitada.

Di Tella, que pasó siete años de su infancia ausente del país, intenta primero reconstruir qué pasó durante ese período con la televisión argentina. Trata de consultar materiales de archivo y descubre que el paciente trabajo de la desmemoria nacional arrasó son todo. Acude a algunos amigos, pero la cosa no mejora: los entrevistados apenas le entregan unos pocos retazos de recuerdos personales, le silban la cortina de una serie vieja y conjeturan con imprecisión cómo la televisión puede modelar la experiencia y la memoria. Nada demasiado consistente: poco documento para un film que se pretende documental.

Entonces, cuando el sentido común le recomendaría barajar y dar de nuevo, Di Tella se deja llevar por la mecánica del azar, ayudado por el hecho –sin duda afortunado– de que una amiga suya es, a su vez, amiga de Sebastián Yankelevich, nieto nada menos que de don Jaime Yankelevich, fundador de Radio Belgrano e introductor, allá por comienzos de los ‘50, de la televisión en la Argentina. Y a falta de documentos, el realizador opta por leer, escribir, tal vez, la novela familiar de los Yankelevich. Nuevo fracaso: es poco lo que Sebastián sabe sobre su abuelo, más allá de los inquietantes “secretos familiares” que menciona pero que confiesa ignorar. Y nuevo hito de la máquina argentina de olvidar: aunque don Jaime fue todo un personajón de la historia y la comunicación argentinas (“Nuestro citizen Kane”, como lo llama Di Tella), no hay un solo libro, ni una maldita biografía que lo evoquen. Pero su hija aún está viva, y Di Tella va tras ella y le planta su cámara adelante. Nada: la mujer, obstinada, parece esconder más de lo que revela de la saga de su padre, un hombre que llegó a acumular cotas inusuales de poder y que después, dicen que por obra del general Perón, terminó perdiéndolo todo.

Llegado a este punto crítico, allí donde nueve de cada diez realizadores se habrían rendido, Di Tella decide seguir adelante, guiado más por la asociación libre que por una falsa épica del coraje. Entonces recuerda una saga que parece hacerse eco de la de Jaime Yankelevich: la historia de su propio abuelo, Torcuato Di Tella, que fundaba un imperio industrial al mismo tiempo que el creador de Radio Belgrano emplazaba el suyo. Un imperio que comenzó con la fabricación de electrodomésticos, siguió con la instalación de surtidores de nafta, alcanzó su apogeo con la industria automotriz (con el célebre Siam-Di Tella como cabeza de flota) y halló por fin una descendencia impensada en el célebre Instituto Di Tella, templo paradigmático del arte de vanguardia en los años ‘60. Luego vino la extinción: el imperio Di Tella se evaporó en el aire de la Argentina de la época. En una palabra: fracasó.

La evocación de la figura de su abuelo lleva a Di Tella a reencontrarse con su padre, Torcuato Di Tella hijo, sociólogo eminente y actual (no lo era en el momento de filmarse la película) secretario de Cultura de la Nación. En diálogo con el director, Torcuato confiesa que si el imperio familiar cayó fue por culpa de él y de su hermano Guido –ex canciller de la administración Menem, promotor de las famosas “relaciones carnales” entre la Argentina y los Estados Unidos–, que renunciaron a hacerse cargo de los negocios del padre. “Tal vez hice toda la película para poder hablar con mi padre”, dice Andrés Di Tella desde el off de La televisión y yo. La intimidad, el inusitado tono confesional y la enorme melancolía que invaden esos momentos finales de la película parecen darle la razón.



La televisión y yo
miércoles 18 de marzo 21.30hs
"No todo el cine argentino es aburrido"
Centro Cultural Pachamama, Argañaraz 22 (Estado de Israel y Pringles)

texto original publicado en Página 12, septiembre 2003.

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