domingo, 27 de septiembre de 2009

Diario de Bogotá 2

Jueves

Anoche, nuestros amables anfitriones del Ministerio de Cultura nos llevaron a cenar a un restaurante de comida típica, pero moderno. “Mini-mal. Comida sorprendentemente colombiana”.

Copio del menú del restaurant:
Mini-mal
adj. y s. m. Econ: Intervención gracias o por medio de la cual ciertos materiales, productos objetos o ingredientes desprovistos de status recuperan, aumentan o adquieren nuevo o mayor valor // Creación hecha con muy poco // Máximo aprovechamiento de lo aparentemente sin valor. Fisic: Resultado o producto obtenido con muy poco gasto de energía. Ecol: Sostenibilidad derivada del aprovechamiento máximo de mínimos recursos. Energ: Recursividad Efectiva. Semiot: Potencialidad significativa. Etic: Necesidad de hacer o transformar a pesar de tener muy pocos recursos. Estet: Particular belleza o esplendor de lo humilde o sencillo. Leng: Equívoco poético. (Sinón: Mal Pequeño. El menos mal posible.)

Y a continuación una serie de palabras misteriosas, presumiblemente de distintos platos o comidas: tumaco, arrullos, ahuyama, toyo, muchacho (?), etc. Los colombianos presentes nos tratan de explicar de qué se trata cada cosa, pero no se ponen de acuerdo en una: culantro. Da la casualidad que yo sí sé lo que es, o creo saber lo que es, y me animo a decirlo, porque lo comí una vez en un restaurante de Buenos Aires. Pero la verdad, otra vez, yo qué sé. Por lo demás, nadie parece muy convencido. La presunción queda atribuida a mi nacionalidad.

Por la mañana, deliberación del jurado. Vine a Bogotá para formar parte de un jurado internacional que otorga “premios nacionales” a la producción cinematográfica. Llaman a extranjeros para evitar amiguismos, según me dicen, ya que el mundillo del cine local es muy pequeño. Sería interesante que en la Argentina se probara algo así, aunque lo veo difícil por todos los intereses que hay en juego. Integro un “jurado de lujo” (no son mis palabras, se entiende) junto al mexicano Juan Carlos Rulfo (que ganó el festival de Sundance y el BAFICI con su documental En el hoyo) y al representante colombiano, Luis Ospina (más sobre Ospina después). Ambos estuvieron también en Princeton, como invitados del festival de documentales que dirijo. Se trataba de personas afines y llegamos con bastante facilidad a un consenso sobre la película ganadora, que no sé si puedo dar a conocer aquí aún. Igual, ya que habíamos tenido que ver casi treinta documentales –ardua experiencia que casi me hace tomar la decisión de cambiar de género y no hacer nunca más un documental- nos tomamos un momento para discutir cada uno. De la deliberación, me quedo con un término acuñado por Rulfo para referirse a unos documentales particularmente soporíferos: dormimentales.


Pero lo que más tiempo nos llevó, en rigor, fue la redacción de la justificación del fallo. Para tener algo sobre el papel, yo empecé dictando algunos conceptos laudatorios, más bien convencionales, sobre la película ganadora. Rulfo tomaba dictado en su laptop, pero se le fruncía el rostro con cada uno de mis adjetivos: “enorme”, “gran”, “riguroso”. Así estuvimos un largo rato. Ospina y yo tirábamos ideas (y adjetivos) y Rulfo -no por nada hijo de uno de los más grandes escritores de la lengua- trataba de darles forma en una prosa que fuera mínimamente digna de su teclado. Nos pusimos a conversar de otros asuntos, para dejarlo trabajar un rato sin estar respirándole en la nuca. Pero al cabo de un tiempo, descubrimos que Rulfo prácticamente no había avanzado, sino que había estado dando vueltas las mismas frases. Eso sí, no quedaba ningún adjetivo. No recuerdo quién describió al escritor como alguien capaz de pasar toda una mañana para poner un adjetivo y, después, toda la tarde para quitarlo. Podría haber sido el padre de Juan Carlos. Después de publicada la novela que lo consagró, Pedro Páramo, Rulfo pasó largos años escribiendo una segunda novela. A su muerte, no se encontró ningún manuscrito, si es que alguna vez existió. Al final, nos ganó la impaciencia y terminamos arrancándole la laptop, para volver a colocar otra vez todos nuestros adjetivos. El Ministerio de Cultura se quedó tal vez sin un dictamen singular, pero queríamos llegar a cobrar nuestra paga antes de que cerrara el Banco Cafetero.

fotos (desde arriba): 1. El Palacio de Nariño (la Casa Rosada de Bogotá); 2. el honorable jurado (Juan Carlos Rulfo, Andrés Di Tella, Luis Ospina); 3. Luis Ospina y David Melo, director de cinematografía del Ministerio; 4. Juan Carlos Rulfo piensa en los adjetivos mientras toma su café colombiano; 5. las paredes de Bogotá expresan problemas existenciales.

5 comentarios:

Ana Miravalles dijo...

El hecho de que no hagas ninguna observación acerca de qué y cómo fue concretamente lo que comiste en Mini-mal me hace pensar que probablemente eso que copiaste del menú fue uno de los mejores bocadillos. Puede llegar a ser un programa de trabajo interesante...
Saludos

Anónimo dijo...

Alicia Luna dijo...
tomo nota. Voy para allá en unos días

Fotografías dijo...

Alicia: No te lo pierdas, se come riquísimo y el sitio es muy lindo. Un poco intelectual, eso sí...

Ana: el menú me llamó la atención por lo intelectual... e incomprensible. Pero la comida era excelente, en serio.

Fotografías dijo...

Pero es verdad que lo del menú es un optimo programa de trabajo...

Anónimo dijo...

Florencia Braga Menéndez dijo...
quiero ir! llevemos a los chicos!